Para tener una visión panorámica del hecho histórico, es necesario conocerla en lo esencial, de tal forma que se puede comprender un hecho específico a partir del aspecto interno y de la influencia externa. No puede existir, en la mayoría de los casos, hechos "puros"; necesariamente se vincula a otras esferas.
A medida que avanza el tiempo, más se aglutinan, en ese entender, transcribimos un texto que hemos encontrado en internet, es verdad que está incompleto, pero nos ayuda a comprender el contexto en que se desenvolvió el movimiento de Francisco Antonio de Zela.
“La invasión de España por parte de cien mil soldados de los ejércitos napoleónicos, en marzo de 1808, fue el detonante de lo que se ha venido a llamar “la eclosión juntera en el mundo hispánico” (Chust 2007). A partir de este hecho, que marcó la ruptura de la alianza que España y Francia formaron para hacer frente a las aspiraciones atlánticas de Inglaterra, la secuencia de sucesos se tornó vertiginosa y terminó por modificar drásticamente el mapa del mundo. La abdicación de Carlos IV al trono de la monarquía fue seguida por la de su hijo, el conspirador Fernando, que pasó a ser conocido como “El Deseado” y, más tarde, como Fernando VII. El rechazo popular al nuevo rey francés de la familia Bonaparte se tradujo en una resistencia masiva en la Península y en el reclamo, que tenía orígenes en la tradición política medieval, del retorno de la soberanía al pueblo. A ello obedeció la formación de las diversas juntas, fieles al prisionero Fernando, primero en España y más adelante en América.
Napoleón no solo pretendía apropiarse de los reinos ibéricos, sino también de sus imperios americanos. Al considerar a los súbditos americanos como parte de la nación española, forzó la convocatoria de representantes americanos para la Junta Central y las Cortes de Cádiz. La nueva situación ya había sido difícil de aceptar para los americanos: los criollos formaron juntas ante las noticias que desde la metrópoli anunciaban que, a inicios de 1810, la marcha de los franceses era imparable, que la Junta Central se había disuelto y que una Regencia pasaría al poder. Los americanos juntistas se mantuvieron leales a Fernando en las principales periferias americanas.
Pero su declarada lealtad comenzó a ser condicional y no tardó en desvanecerse. Las elecciones para las Cortes de Cádiz y la represión que los centros virreinales comenzaron a emanar no desempeñaron un papel secundario. Inclusive, en muchos casos, los conflictos en el interior de los virreinatos fueron más determinantes que aquellos que separaban a los americanos de la metrópolis: los criollos paceños, por ejemplo, estaban probablemente más ansiosos por librarse de Lima y de Buenos Aires que de Madrid. Ello pronto degeneró en rebelión abierta contra la Corona que legitimaba a esos poderes virreinales. En donde la independencia no había aún sido declarada, la restauración absolutista de Fernando VII en 1814, luego del respiro liberal de la Constitución gaditana, terminó por volcar a los criollos contra España.
Los estados hispanoamericanos han comenzado el año pasado a celebrar los doscientos años del inicio de este proceso, normalmente vinculado a la formación de las juntas de 1810. Por supuesto, la celebración tiende a borrar los matices y es una coyuntura propicia para una nueva “invención de la tradición”. En esta coyuntura, pocos parecen interesados en aclarar que, salvo excepciones, entre los eventos cuyo bicentenario se rememora y la independencia formal de los estados hispanoamericanos mediaron años cargados de hechos determinantes. Lo que se conmemora son los inicios de un proceso y no la independencia. El cuadro que aparece a continuación presenta en orden cronológico los sucesos cuyo bicentenario se conmemora, así como una muy breve descripción y una referencia a la fecha de la independencia oficial. Si bien no se trata de desempeñar el papel de “aguafiestas profesional” con el que Eric Hobsbawm se refirió alguna vez al oficio de historiador, puede ser útil recordar que algunas de las características atribuidas al pasado —como la diferencia de una década entre los inicios de las celebraciones bicentenarias del Perú y las de sus vecinos— están en buena medida enraizadas en las decisiones del presente
(continuará)
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